Octavio… la memoria permanecerá (2/3)

Octavio García (D.E.P.  agosto – 2018)

UXXS: Después de tantos años, todavía hay gente que desconoce lo que ocurrió en Tefía

OCTAVIO GARCÍA: Y lo ignoran, y se quedan asombrados todavía mucha gente. Hace pocos días encontré a un chico que me había reconocido en internet, que estaba buscando y encontró algo sobre Tefía, y leyendo aquello me comentaba “a mi hermana y a mí se nos saltaban las lágrimas”, a lo que yo le comentaba que se diera cuenta que eso fue al terminar la guerra, en el 53, cuando apenas tenía 22 años, y me cogieron de chivo expiatorio junto con otros cuantos hombres más, maricones como se decía en aquella época. Entonces nos aplicaron la Ley de Vagos y Maleantes, sin juicio, sin abogado defensor ni nada, en una época en la que solo había ruina, y miseria y hambre por todas partes.

U: ¿Qué fue lo que sucedió para su detención?

O.G.: Yo trabajaba de sacristán en San Agustín, de panadero, también estuve en el canódromo, paseando los galgos en pista cuando se hacían las famosas carreras aquí.

Todo empezó cuando de sacristán, al pasar el cepillo los domingos, había un señor que se sentaba al final, y siempre me echaba 100 pesetas (en aquella época era muchísimo) y miraba para mí. Era un abogado, hijo de una familia ilustre aquí de Las Palmas. Por las noches nos juntábamos unos cuantos amigos, también homosexuales como yo, por la zona de la prostitución y una noche apareció él, y se enrolló conmigo. Así fue que todas las semanas quedábamos, y nos daba 15 pesetas (que era una fortuna). Más adelante por un amigo mío surgió un tema de un chantaje por 300 pesetas a cambio de no decirle nada a su familia, a lo que accedió. Por ello nos detuvieron y llevaron a Barranco Seco, hasta el año 54 ó 55, sin juicio ni nada, sufriendo humillación, escarnio, y a continuación esposados nos trasladaron en los correillos (el Viera y Clavijo, La Palma, La Gomera, …), esos barcos de los que recuerdo el intenso olor a gasóleo, y el estar expuestos delante de todo el mundo, mayor humillación no he pasado. Nos llevaron hasta Fuerteventura y allí nos desembarcaron.

Auschwitz, Brandenburg, Mauthausen, esos campos de concentración nazis, yo sé que allí se pasó mucho, porque es verdad que aquí no había cámara de gas, pero hambre, miseria, llanto, piojos, suciedad, sin agua, perros por si alguien se escapaba, se alumbraba con carburo, no había colchones ni camas, sino que dormíamos en el suelo con un petate de crin o de paja, y una manta picona, vestidos con un mono.

U: Fueron muchas las penalidades, todo ello recogido también en el libro “Viaje al Centro de la Infamia”, de Miguel Ángel Sosa. ¿Qué nos puede contar para nuestros y nuestras lectoras?

O.G.: Fueron muchas. Las comidas eran basura, llena de chícharos y gorgojos, las batatas enraizadas. En aquel entonces era director D. Prudencio (había sido sacerdote carmelita descalzo). Todo eso pasó cuando estuve allí, porque años después, he visto a compañeros a los que les tocó otro director y no pasaron las penalidades que yo. El director que vino después, que también se llamaba D. Prudencio, abrió el economato, mejoraron las comidas. Hasta chicos que yo había dejado allí, como uno que entró con 90 kilos lo dejó aquel con 57 solamente, y cuando salió (con el siguiente director) lo hizo con 80 kilos. Había mejorado las condiciones: te dejaban hablar, te daban un pan por la mañana y otro por la tarde, pero en el tiempo que yo estuve, te daban un pan que ni era por la mañana, sino a las doce y era para todo el día. No un pan grande, sino un panecillo pequeño.

Para ducharse cada uno tenía que traerse su propia agua, y te duchabas a las órdenes que te daban: “enjabonado” te tenías que enjabonar, “quitarse jabón”, “fuera”, te lo hayas quitado o no tenías que salir. No podías atreverte a mirar a un chico, ni simpatía ni afecto. ¡Ay de ti que se te ocurriera decir a alguno que te echara agua en la espalda o preguntaras si tenía jabón!, porque ya te linchaban a palos. El agua la acarreabas a hombros desde un pozo, con unos ganchos de los que colgaban unas latas, y había que llenar todos los bidones, también los de los funcionarios para que ellos también tuvieran agua.

Pero esas era las menos penalidades. Pasaban muchas cosas peores. Había una nave (lo que hoy en día es el comedor) con el piso de cemento y era donde dormíamos, con un viento (ese viento constante de Fuerteventura) y ni siquiera te permitían cerrar las ventanas. Y como vinieran ellos por la noche o por la mañana y vieran que alguien las había cerrado, preguntaban quién lo había hecho y algún pobre decía “fui yo porque tenía frío”, entonces si no le pegaban, le ponían 15 o 20 imaginarias de cinco horas cada una.

Y la soledad, la incertidumbre, porque allí no había nadie que se acercara, y nos miraban como si fuéramos delincuentes o verdaderos golfos. Allí había presos comunes y homosexuales. Estabas aislado y nadie iba a verte. Y si te mandaban una carta primero te la abrían y leían. Si veían ellos que no decía nada importante te la daban, si no la rompían. En una ocasión a un chico le rompieron una carta porque no era de ningún familiar, y cuando tiraron la papelera la cogió otro preso y me la dieron a mí para ver si podía pegarla a cambio de un pan. Y se la pegué con miga de pan y agua.

U: ¿Cómo era el trato a los homosexuales allí?

O.G.: Siempre con maldad, con mala idea, el hacer daño; quien tenía continuamente el tema de la homosexualidad en mente eran ellos, no nosotros que ni pensábamos en el sexo en aquellas condiciones, mientras que ellos estaban viendo “maricones” por todas partes. Era una obsesión que tenían. Todos ellos llevaban un palo y una fusta en la mano, para pegar. El más que llevó leña allí fue Juan Curbelo Oramas (el Pionero, el que era rey del Carnaval de Las Palmas de G.C.) y Manuel Santana Hernández, que llevaron palos como quien lava. A otro chico en una ocasión lo cogieron manteniendo una relación, lo hincharon a palos de tal forma que lo tuvieron que coger entre dos para poder entrarlo a la nave, y luego a trabajar como todos.

Ahora, como yo fui educado en la religión y he sido muy creyente, soy católico, pero no practicante, tengo que decir que la fe me salvó. Y lo digo porque allí estaban buscando a un chico que supiera catecismo para dárselo a los presos, y me eligieron para que yo lo hiciera, y eso fue lo que me salvó. Hasta los domingos me llevaban a los pueblos limítrofes de allí a misas.

En una ocasión, por el camino un chico iba recogiendo las colillas del suelo, que pocas se cogían, y el funcionario no dijo nada, pero cuando llegábamos de nuevo al centro, se las hacía sacar y las contaba y si tenía quince, quince imaginarias le ponía de castigo, imaginarias que eran de cinco horas.

U: Estos últimos años ha vuelto a Tefía con motivo de los actos contra la homofobia allí celebrados, ¿cuáles han sido sus sentimientos?

 

O.G.: Cuando he vuelto allí a Tefía, siento paz, porque he visto una transformación, que no es lo que era. Ha cambiado muchísimo. Ahora a mis setenta y siete años, me pregunto cómo aguanté tanto y todo lo que yo viví y sigo vivo. No me lo creo. No había miramientos, ni por enfermedades o dolencias.

En mi corazón siempre llevaré a Dña. Claudina Morales, alcaldesa de La Oliva, porque ella no daba crédito a lo que yo le contaba. Siempre me dijo que si alguna vez me hace falta algo, que la ocupe, desinteresadamente. Y desde aquí también quiero que hacerle un homenaje a alguien que siempre llevo también en mi corazón, a D. Marcial Morales, excelentísimo alcalde del Ayuntamiento de Puerto del Rosario que es un gran colaborador, y también para D. Mario Cabrera Rodríguez, que es todo bondad, sinceridad, siempre dispuesto a atenderme, a colaborar desinteresadamente: es un hombre bueno donde los haya.

Nuestra entrevista con Octavio no acaba aquí, pero será en la próxima entrada de Uxxs… donde podrás encontrar la continuación. También te recomendamos la lectura del libro de Miguel Ángel Sosa: “Viaje al Centro de la Infamia”, donde se narra todo lo ocurrido en Tefía. Desde aquí nuestro homenaje a todos aquellos que ya no están, y un abrazo muy especial y con mucho cariño a Octavio, que tan amablemente nos atendió y que por instantes nos transmitió el horror que se vivió en nuestras propias islas.

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