Como profesor, la primera vez que sales del armario en el instituto es como la primera vez que te bañas en una playa desconocida.
Vas pisando con mucha cautela: no sabes qué te vas a encontrar. Y además, ¿te estarán mirando? ¿Te estarán juzgando?
Descubrirás quiénes te apoyan, te lo demostrarán (y esto es muy positivo para ti): “has sido valiente”, “felicidades”; pero desde luego vas a ser objeto de críticas (seguramente no lo verás directamente), y vas a tener que demostrar que no por ser gay, eres peor profesor.
No lo dudes, estás en el punto de mira, quieras o no. Es un esfuerzo muy grande que el resto del profesorado no tiene que hacer y, ¡para qué mentir!, es agotador. O te conviertes en abanderado de la causa, o puedes caer en el menosprecio. Parece que esa es la moneda que hay que pagar por salir del armario: debes demostrar que eres válido. ¿Y vale la pena el esfuerzo?