Alarmados, cuatro de mis alumnos acudieron a mí, casi interrumpiéndose unos a otros, nerviosos. “Profe, es urgente”.
Casi a la par el director del Centro me mandó llamar. Circulaban por el instituto unas fotos mías y de mi pareja sacadas de un perfil de la web: me las mostró en la pantalla del ordenador, y me invitó a borrarlo para evitar males mayores. Me negué: “no hay nada de lo que me tenga que avergonzar”. En ninguna había desnudos, ni nada que me comprometiera. Era “simplemente” yo. La «rumorología» entre el profesorado se disparó, por lo que decidí traer al día siguiente dichas fotos impresas al instituto, y durante el café las pasé a todas y todos. Y de paso les presenté a mi pareja que estaba en las fotos. Todo acabó.
No hay nada malo en ser gay. Sólo lo malo se debe esconder. El orgullo es enseñar a los demás que no hay por qué esconderse.