Si hemos hablado de la importancia del beso, lamer no debe quedar atrás: mezcla tu saliva con su sudor (en una habitación húmeda, es mucho más intenso), recorre la superficie de su piel, haciéndole saber con gemidos, o un simple “mmmmm”, que te gusta. Si nunca has lamido, o peor aún, no te han lamido, no esperes más y poned las lenguas en movimiento.
Lamer
Muchos son los caminos que puede tomar esta práctica, pero nunca con prisa.
Puedes empezar en sus hombros, recorrer con tu lengua la parte interior de su brazo hasta los dedos, donde chuparás alguno mientras le miras a sus ojos. Entonces deshaz el camino y llega hasta su axila. Entretente allí, jugando con tu saliva y tu barbilla. Sujétale el brazo en alto mientras tanto.
O juega con sus pezones, para dirigirte entonces al hueco que dejan sus pectorales y bajar por su barriga, pasando alrededor de su ombligo, hasta el nacimiento de su pene. Puedes lamerlo, pero no te entretengas mucho allí. Vuelve por donde has venido, y termina en el otro pezón.
Hay quien prefiere lamer labios, párpados, nariz y orejas. Otros se demorarán más en la nuca, combinándolo con suaves pero firmes mordiscos donde empieza a crecer el pelo, pudiendo continuar por la espalda, bajando por la columna, hasta el culo (sin detenerse todavía allí, no, todavía no), y subir nuevamente.
Truco: intenta poner la carne de gallina de tu pareja. Cuando te detengas en algún punto erógeno (pezones o nuca) prueba a succionar también un poco.
Próximo número: felación